Por Manuel CastellsLa Vanguardia

OBSERVATORIO GLOBAL

La conexión entre tramas mafiosas del fútbol y tramas políticas puede haberse cruzado en la trayectoria del que fue el mejor equipo del mundo

Decía el president Pujol que cuando el Barça perdía Catalunya se despertaba apesadumbrada. De ahí el bajón anímico colectivo tras constatar el fin de ciclo del mejor Barça de la historia, un equipo admirado en todo el mundo. Porque en múltiples rincones del planeta puede observar el viajero el seguimiento de un icono deportivo cuyos nombres propios se pronuncian con indescifrables acentos e ilusión en la mirada. ¿Opio del pueblo? Probablemente. Pero este opio es de lo más rico para gentes desempleadas, empobrecidas, humilladas, a las que, salvo su familia y la protesta, no les quedan apenas otras emociones. El Barça es la mayor baza de diplomacia pública de Catalunya y por eso su declive acentúa el dramatismo de esa marcha ineluctable de la identidad catalana hacia el momento de la verdad.

No se acaba el mundo, ni el Barça, por una derrota que interrumpe seis temporadas en semifinales de Champions. Sin derrotas las victorias serían insípidas. La negatividad que se extiende en el imaginario del mundo culé (en el que hoy existe paridad de género entre los jóvenes) no proviene del resultado sino del cómo se ha producido. Concluye la crónica de una derrota anunciada. En lo deportivo los comentaristas constatan la incompetencia de un simpático entrenador incapaz de ganar en cinco partidos a un equipo corajudo pero técnicamente inferior, repitiendo los mismos errores hasta culminar su desatino planteando el que Messi no participara demasiado. Es patente el fracaso de una dirección deportiva que no fichó jugadores para una defensa indefendible tras dos años de clamor sobre dicha necesidad, y no supo retener a jugadores como Valdés o Thiago. Pero si buscamos la raíz de la crisis de un equipo que aún cuenta con algunos de los mejores jugadores del mundo y un bloque que lleva tiempo jugando juntos, habrá que recordar la pista que dio Guardiola, el artífice de ese Barça inigualable. Dijo que se fue porque no conseguía motivar a sus jugadores. Y es que el talento no sirve sin entusiasmo, sin motivación. El contraste entre el Barça actual y el Atlético apunta en esta dirección.

Pero no sólo con el Atlético. Este Barça indolente, jugando al paso, confiado en la inspiración de sus genios, tan convencido de su superioridad con el balón que se olvidó de la presión, de que el fútbol es un deporte de contacto y que si te empujan reglamentariamente te acaban dejando sin pelota, también ha perdido contra colistas de la Liga y equipos medianitos decididos a competir. No es casualidad de un día ni de un equipo. Es simplemente falta de espíritu de lucha. Y en el deporte, como en todo, es la mente lo que determina. Una mezcla de cálculo y emoción. Y si la emoción decae el pie no funciona.

Pero ¿por qué esta desgana? Los jugadores de Barça, aunque unos cuantos estén entrados en añitos, son gente de buenas costumbres, profesionales honestos y hasta hace un tiempo corrían como lobatos cuando hacía falta. Y este año es precisamente el año en que más méritos tenían que hacer para estar presentes en el escaparate del Mundial, plataforma de jugosos contratos. Y ni se han reservado para este acontecimiento (ahí están las lesiones de Messi, Neymar, Valdés, Piqué) ni tampoco se han esforzado en demasía. Podría ser, entonces, que el clima ambiente creado en torno al Barça como institución (mezcla de cooperativa y empresa multinacional) haya acabado afectando el estado anímico de quienes viven en ese ambiente, incluidos los jugadores. La acusación judicial y la ocultación de las condiciones del fichaje de Neymar han tenido que afectarles a él y a su familia, su principal sostén. Las tensiones en torno a la fiscalidad de Messi y a su aumento de sueldo llevaron al genio a la exasperación públicamente manifestada, algo inusitado en su tranquilo carácter. La desestabilización de la presidencia de Rosell, hasta motivar su dimisión y autoexilio temporal enrarecieron todavía más el entorno psicológico del club, sobre todo por la ausencia de explicación creíble.

Y para remachar la crisis institucional, la sanción de la FIFA por incumplimiento de la legislación contractual de menores. Una sanción que podría dejar inerte al Barça por otro año, como mínimo, porque este equipo necesita sangre nueva, sí o sí, empezando por el guardameta. Por cierto que nadie pone en cuestión el modelo de La Masia, sino cómo se puebla esta escuela. Y en ese sentido el Barça sabía que estaba incumpliendo las reglas porque pidió una excepción, que no le concedieron. Que no dimita el director deportivo después de esto recuerda al Gobierno del PP, en que nadie dimite pase lo que pase. Mal rollo cuando se cierran filas.

¿Mano negra en todo esto? Lo curioso, como dijo el Tata, es el momento en que se producen todos estos hechos con claras consecuencias perturbadoras en el momento decisivo de la temporada. Las teorías conspirativas no suelen ser ciertas, pero eso no quiere decir que no existan conspiraciones. Para el culé medio hay una mano, pero es blanca. Pero eso sería quedarse en el mundo futbolístico sin considerar la importancia política del Barça en un contexto más amplio. Fuentes fiables, pero que no se pueden citar, se refieren a una operación política de investigar judicialmente y fiscalmente a una lista de personalidades y entidades catalanas para desaconsejarles su apoyo a la iniciativa independentista. Rosell podría estar en esta lista. Y también el Barça. Cuanto menos optimismo flote en el ambiente, más empinada será la cuesta de la consulta. La conexión entre tramas mafiosas del fútbol y tramas políticas dispuestas a todo puede haberse cruzado en la trayectoria del que fue el mejor equipo del mundo. Porque es más que un club.

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