Difícil salirse en estos momentos del tema de la corrupción y casi imposible subestimar las amenazas de un mayor grado de inestabilidad política en este país, cuyo nivel de conflictos ya desborda los límites. Definitivamente puede no ser este el momento para reflexiones que exigen paz de espíritu por parte de quienes tienen las riendas del poder porque para usar un término actual, el ánimo del señor presidente Petro está en modo confrontación, es decir, pelea. Sin embargo, el futuro se construye desde hoy y si no se analizan factores imprescindibles para mejorar el presente y un mañana positivo, se comete un error histórico.
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Una lúcida columna de Thierry Ways en EL TIEMPO toca un punto crucial: por qué el gobierno no escucha muchas de las luces rojas que se prenden permanentemente por parte de gente seria que, independientemente de quien tenga el poder, le duele el país y se siente con la responsabilidad de hablar.
Y concluye: hay dos discursos, dos temáticas que parecen no encontrarse y de esta manera describe la brecha innegable que hoy existe y se agrava, entre el discurso del señor presidente Petro y los planteamientos de quienes analizan permanentemente la situación del país. Sus recomendaciones como reconoce el columnista caen en el vacío y no logran interesar al presidente y mucho menos a su equipo que ahora trata de sobrevivir mostrando su acuerdo total con lo que el primer mandatario afirma. La ejecución de los recursos públicos pasó a segundo plano, ahora lo que importa es la lealtad.
Para el Presidente su agenda es el cambio total de modelo de país, mucho más Estado y fuera el mercado porque para él, esa es la forma de garantizar el cumplimiento de los derechos de quienes siempre han estado marginados. Las cifras que miden cómo van las variables claves para examinar el éxito o fracaso de la acción gubernamental no lo conmueven sino cuando muestran éxitos, que se usa a su favor. De resto, él y su equipo gubernamental las ignoran.
Pero la realidad es innegable y ya le empieza pasar cuenta de cobro al mismo gobierno. Objetivamente las cosas no están nada bien en el país, y más aún si el foco se pone en la economía.
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La situación hoy es muy preocupante: los motores del crecimiento están en negativo como la industria -5,9 %, la minería -1,5 %, las actividades financieras -3 % y el comercio -0,8 %, o crecen muy lentamente,como la construcción 0,7 %.
La situación hoy es muy preocupante: los motores del crecimiento están en negativo como la industria -5,9 %, la minería -1,5 %, las actividades financieras -3 % y el comercio -0,8 %, o crecen muy lentamente,como la construcción 0,7 %.
El costo del 0,6 % de crecimiento de la economía en 2023 y la lenta recuperación en 2024 ya lo está viviendo no solo la población sino el Gobierno mismo: desempleo creciendo, menores ingresos por descenso en el recaudo de impuestos y la obvia desfinanciación de algunas políticas.
Con poca inversión pública y privada en sectores críticos y lejos de un mínimo de crecimiento de la economía del 3 % anual, Colombia y en concreto el Gobierno no tienen forma de atender los problemas inaplazables de este país. Peor aún, las reacciones tardías del Gobierno frente a esta realidad que no se compadecen con la urgencia de acelerar el crecimiento económico.
Tratar de buscar reactivar la economía mediante nuevas leyes como propone el Gobierno es realmente un contrasentido para no hablar de la innecesaria e inoportuna flexibilización de la Regla Fiscal. Otras ideas como bajarles los impuestos a las empresas que es necesario, es absolutamente improcedente en estos momentos cuando el flujo de impuestos está decreciendo.
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Una realidad más compleja
Las últimas reacciones del señor presidente Petro han vuelto más compleja la realidad que vive el país. Su lenguaje violento se da en escenarios donde se reúnen precisamente sectores de población que ven con razón en ese discurso presidencial la gran oportunidad de que se solucionen sus carencias históricas.
Pero aquí se despierta mi alma de tecnócrata. Mire las cifras por su propio bien, por el de su gobierno y más aún, por esa población que es el foco de su interés como Presidente. Si no lo hace y no pone el aparato estatal a dar resultados lo que viene es muy grave y no deseable para nadie.
Al ignorar esa realidad y optar por consolidar el apoyo político de estos sectores, sus discursos terminarán por dividir aún más el país entre los buenos y los malos. Logra aplausos enardecidos, pero ¿está midiendo sus consecuencias? Y esta es la duda de fondo que planteamos los vapuleados tecnócratas que sí tenemos compromiso social y que lo hemos demostrado desde los espacios que hemos tenido para hacerlo.
A punta de discursos que llenan plazas y que aumentan las expectativas de quienes tienen grandes esperanzas de que les llegó la hora, se está generando un nuevo riesgo: lo que se está construyendo es una bomba de tiempo que puede estallar por el inconformismo frente a un gobierno que ofrece mucho y no ejecuta. Si se quiere ver el botón de la muestra, pregunten a los maestros como les va con su nuevo sistema de salud.
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Para ponerlo muy en claro: los discursos, los aplausos, las palabras airadas, los insultos a quienes considera sus opositores, tienen sus tiempos. Lo que esa población espera ahora más que nunca es resultados.
Para ponerlo muy en claro: los discursos, los aplausos, las palabras airadas, los insultos a quienes considera sus opositores, tienen sus tiempos. Lo que esa población espera ahora más que nunca es resultados y con mucho dolor especialmente de aquellos que creímos en el cambio, ese tiempo se está agotando. Han pasado dos años y los impactos en la dimensión anunciada no se ven.
Y aquí es donde entran esos indicadores con los que tradicionalmente nosotros los tecnócratas les hemos hablado históricamente a nuestros gobernantes: la tasa de crecimiento del PIB; la de desempleo, la de pobreza, de la informalidad laboral, etc., etc… Resulta que esas alarmas son críticas para el manejo de un país, y la gran pregunta es por qué estas cifras no conmueven al Presidente. El análisis tradicional de la situación del país ya está totalmente descalificado por el gobierno Petro, pero como esos indicadores en rojo son fundamentales, nos toca encontrar la forma de que se vinculen a su obsesión de cambiar a Colombia.
El reto de los economistas es demostrarle al presidente que esos indicadores que tanto le molestan están íntimamente ligados al éxito o fracaso de sus promesas de cambio. La brecha social inmensa que con razón él quiere cerrar demanda a estas alturas de su administración acciones que, a su vez, son imposibles con una economía postrada. La forma de empezar a reducir de manera sostenible la pobreza y la desigualdad exige no solo recursos fiscales para financiar agresivas estrategias sociales, en educación, salud, seguridad social y muchas más, sino, además, una demanda de empleo que debe provenir de una mayor dinámica en la producción de bienes y servicios.
Es decir, se exige una tasa de crecimiento superior al 3 % anual. Y mirando solo el empleo que es la forma más digna como una persona puede obtener ingresos, cómo se genera: ¿a punta de burocracia? No puede porque sus ingresos fiscales bajan, entonces de dónde salen los puestos de trabajo si la producción no crece y por consiguiente la demanda de mano de obra no aumenta.
Para empezar, se debe reconocer que el primer mandatario se olvidó del 70 % del país y se concentró en su 30 %. Ese que le es fiel y leal porque le creen que les va a cambiar su vida, ese que él considera su pueblo, porque ya perdimos la batalla para que nos reconociera al resto como parte del pueblo colombiano.
El riesgo de no cumplir
Para empezar, se debe reconocer que el primer mandatario se olvidó del 70 % del país y se concentró en su 30 %. Ese que le es fiel y leal porque le creen que les va a cambiar su vida, ese que él considera su pueblo, porque ya perdimos la batalla para que nos reconociera al resto como parte del pueblo colombiano. Pero corre el riesgo de no cumplirle ni siquiera a ese 30 %.
Consciente o inconscientemente, el señor presidente está buscando una salida que impida que se genere la frustración obvia entre quienes no ven mejoras reales en sus condiciones de vida. Afirma con voz cada vez más agresiva que los resultados son pocos y que los que no alcanza es porque sus enemigos no lo dejan gobernar. Resultado, enerva los ánimos de sus seguidores, esos 3 millones de votos que sí son del Presidente y no los 11 millones con que ganó, y los incita a salir a la calle para protestar.
Como están las cosas, los impulsa a enfrentarse a quienes se resisten a dejarse calificar de enemigos que destruyen su gobierno. Esos sectores de colombianos también pueden salir masivamente a protestar por un gobierno que no cumple con sus expectativas. Nadie puede medir exactamente las consecuencias de esa posibilidad, pero lo que sí está en juego es la democracia colombiana.
El otro escenario posible es que, a la mitad de su mandato, el Gobierno del Cambio se dé por vencido argumentando el gran poder de sus enemigos. Afirma que la oligarquía no puede volver y que el cambio tiene que continuar en los años que siguen a este período presidencial, es decir, que lo que no pudo hacer ahora será una realidad en el próximo gobierno de su partido.
Pero aun si lograra esta hazaña, debe tener claro que 8 años de discurso no mantienen la ilusión, sino que por el contrario el desespero moverá a sus seguidores. Si el país no recupera su senda de crecimiento; si la inversión pública y privada no vuelve por lo menos a niveles históricos, si el Gobierno no aprende a ejecutar bien los recursos públicos, hoy o mañana se destruye la ilusión que se ha creado en sectores que siguen creyendo en el cambio.
Todo este análisis se puede reducir en un claro y contundente mensaje para el señor presidente Petro: sin crecimiento no hay potencia mundial de la vida. Ahora o mañana, es decir, siempre.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO (*)
PARA EL TIEMPO
cecilia@cecilialopez.com
(*) Economista, exsenadora. Exministra de Agricultura del actual gobierno y exdirectora del Departamento Nacional de Planeación (DNP).
Publicado en la Edición Domingo de EL TIEMPO